domingo, 17 de enero de 2016

RESEÑA - RIÑA DE GATOS (MADRID, 1936), E. MENDOZA.

Porque se ve que no había suficientes novelas sobre Guerra Civil.


Leer por obligación es algo muy normal cuando has estudiado Filología y, de hecho, te descubre joyas a las que nunca te acercarías por motus propio de forma normal, lo que es de agradecer. 
No es el caso de esta infame novela de Eduardo Mendoza, a la que —por adecuación— pasaremos a llamar Roña de gatos.


Para empezar, debemos reseñar que Mendoza logró el premio Planeta del año 2010 con esta novela, que lleva el nombre de una pintura de Goya, pero que habla sobre Velázquez, lo que no deja de ser curioso.

La novela se centra en la figura de un inglés, Anthony Whitelands, doctor en Arte, especialista en Velázquez, que llega a Madrid para tasar un cuadro, encantando de la vida por poder volver al Museo del Prado de sus amores. La familia a la que pertenece el misterioso cuadro, por supuesto, no podría ser amiga de otra persona que de Primo de Rivera, por lo que el cuadro una vez vendido, tiene muchas posibilidades de acabar financiando la Falange. Y de este sencillo planteamiento parte Roña de gatos.
Mendoza retuerce el planteamiento hasta lo absurdo, metiéndose progresivamente en unos jardines cada vez mayores de los que es incapaz de salir, por lo que su solución pasa por dejar un final abierto a elección del lector y a su conocimiento de la triste Historia de España —Se pueden hacer una idea del sentimiento de ira asesina cuando te encuentra semejante final después de 420 páginas insoportables—.

Pero todo esto no justifica que la hayamos considerado como una novela infame. Millones de veces hemos estado delante de novelas que han dejado unos fabulosos finales abiertos y un gran sabor de boca, ¿qué ocurre con Mendoza entonces?

No sólo influye en mi despiadada crítica que yo tuviera que leer esta novela después de la fabulosa Soldados de Salamina, en la que tanto como los personajes como el tiempos histórico son parecidos, sino el estilo que defienden ambos autores en su forma de escribir, que no podría ser más radicalmente opuesto.
(Espero poder reseñar próximamente esta fabulosa novela de Javier Cercas para quién tenga interés en ella)

Está claro que Mendoza desea diferenciarse de los escritores de best-seller (un escritor que gana un premio Planeta en 2010 tratando de demostrar al mundo que él es diferente a todos los demás ¡Fascinante!), para ello plaga el libro con un léxico preciosista y, sobre todo, muy rebuscado que entorpece sobremanera la lectura, además de convertir la obra en algo ya no irreal, sino increíble. 
La grandeza de un escritor se demuestra al ser capaz de crear un mundo o una situación que el lector crea a de principio a fin; Mendoza rompe la burbuja de su narración al poner en boca de un inglés cuya primera lengua no es el español expresiones como «¡Qué estulticia!» (que para todos aquellos que como yo, son nativos del español y no tienen idea de qué significa semejante expresión, quiere decir ¡qué tontería!) o «lenocinio», que ni siquiera son palabras demasiado habituales en la época en la que se desarrolla la novela. En palabras de la gran Ana María Matute: «Lo más fácil es escribir de manera alambicada, lo que es verdaderamente difícil es hacerlo de una manera sencilla, clara y expresiva»; Mendoza fracasa estrepitosamente en la tarea de crear una obra atrayente, sencilla y fácil de disfrutar del mismo modo que fracasa al tratar de desligarse de lo que realmente es: un escritor de best-sellers.

En definitiva, una novela absolutamente prescindible que no aporta nada a la ya enorme masa de novelas cuyo telón de fondo es la Guerra Civil española y que además se permite el lujo de sugerir algo así como que Primo de Rivera estaba infiltrado entre los comunistas. 
Un verdadero despropósito. 





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