martes, 13 de septiembre de 2016

#Reseña LAS MONARQUÍAS DE DIOS: El viaje de Hawkwood - Paul Kearney

Autor: Paul Kearney
Título: El Viaje de Hawkwood
Editorial: Alamut Ediciones
Páginas: 352







La saga de “Las monarquías de dios” de Paul Kearney arranca con “El viaje de Hawkwood”, cuya premisa parece prometedora; en una región a imagen y semejanza de la Europa del siglo XV-XVI estalla una guerra religiosa, a la vez que el invasor llama a las puertas: los Merduk, que pretenden conquistar el mundo. La autoridad religiosa aspira a limpiar las monarquías de herejes, y para la iglesia herejes son los practicantes de la magia, el dweomer; empieza un pogromo de extranjeros y magos. Para salvar a algunos de ellos, el Rey Abeleyn monta una expedición a un posible continente escondido en el lejano oeste, a ultramar, y los embarca en ella.

Antes de adentrarnos en el análisis de la saga, hagamos un aparte.

Imaginemos – al pensar en la creación de mundos de fantasía – una regla. El cero es nuestro mundo: presente o pasado. Tomándolo como base parten todos los universos fantásticos, normalmente usando la Europa medieval. Si avanzamos unos pocos centímetros, encontramos las ucronías: son variaciones de nuestra historia a través de modificar uno o varios elementos históricos clave. Aún demasiado cerca del cero, no hay fantasía: no hay elemento sobrenatural. Avancemos un poco más y llegamos a la fantasía histórica: nuestra misma realidad enriquecida con elementos fantásticos. Puede tratarse tanto de lo que normalmente entendemos como fantasía urbana (ambientación actual) como la clásica fantasía “mitológica”: relatos de tiempos pasados, a veces de figuras históricas reales, que conviven con la fantasía, a menudo usando los mismos mitos y leyendas propias de entonces.
Si seguimos adelante empezamos a abandonar primero nuestra geografía, luego nuestra historia, finalmente nuestras leyes físicas (magia) o naturales (criaturas fantásticas, aparición de otras razas inteligentes: enanos, elfos, etc): y cuanto más lejos llegamos, menos rastros del origen – nuestra realidad – encontramos.


Un ejemplo práctico en una regla de quince centímetros. En el cero está “Los reyes malditos”, de Maurice Druon. Novela histórica pura y dura, bien documentada: realista. En el uno, “Tiempos de arroz y sal” de Kim Stanley Robinson; una ucronía, relato de lo que habría pasado si la peste negra hubiera llegado un poco más lejos y aniquilado la población Europea en lugar de simplemente devastarla. Saltamos un poco, hasta el tres o el cuatro: “La saga de Hrolf Kraki” de Poul Anderson o la “Serie de Latro” de Gene Wolfe. Ambientación histórica, personajes (protagónicos o secundarios)  posiblemente reales aunque no hay suficiente base como para asegurarlo con certeza. Poul Anderson por ejemplo recrea meticulosamente la vida en Dinamarca entorno al siglo VIII, y de vez en cuando añade algún elfo, algún brujo, una maldición aquí y allá. Entorno al siete estaría “El señor de los anillos”: un mundo nuevo, imaginado de principio a fin. Hay magia, dioses y seres fantásticos, pero de un modo comedido; el mundo sigue siendo de los humanos, lo normal para ellos encaja bastante con nuestra normalidad. En Minas Tirith podríamos vivir toda una vida sin ver nada que escapara de lo que podría verse en, digamos, el Londres del siglo XIII. Los referentes históricos que Tolkien usa para su setting se pueden reconocer fácilmente. Entorno al diez estarían muchas fantasías de franquícia, como Reinos olvidados, donde hay tanta magia que se vuelve mundana; varias razas conviven con relativa normalidad, dragones por todas partes, etc. Y cerca del quince estaría Malaz, donde las referencias al punto de partida están diluidas hasta el punto de lo casi irreconocible. Varias culturas podrían encajar con las que vemos en Malaz; podemos leer en algunos sucesos cierto paralelismo, pero está tan diluido, tan mezclado que parece un espejismo. La fantasía, en Malaz, es un all in; mucha más magia – más abundante, al alcance de más gente... y más potente: capaz de mayores portentos - , más dioses y semidioses, más criaturas extrañas, más razas inteligentes con capacidades extraordinarias, más conceptos nuevos que no encajan en nada que se nos ocurra.



Dicho lo cual, vayamos al grano con la saga que hoy nos ocupa: “Las monarquías de dios”. En el esquema que hemos establecido ocuparía un lugar muy vago: un cinco, por ejemplo. Hay un poco menos de elemento fantástico que en la fantasía histórica, pero el mundo es inventado:  la invención es tan deudora de nuestra historia, en tantos aspectos, que a veces parece una ucronía. Y esta vaguedad no acaba de gustarme.

Si vamos a crear un mundo fantástico pongamos toda la carne en el asador: imaginemos algo tan nuevo como nos sea posible. Si queremos añadir fantasía a hechos históricos, dejemos aparcado el worldbuilding y vayamos a documentarnos bien y a estudiar cómo combinar ambas cosas. Quedarse entre medias como hace “Las monarquías de dios” es... extraño. Para mi, por lo menos. Tenemos un setting que es básicamente la Europa occidental; varios reinos surgidos tras la caída de un gran imperio, unidos por una misma fe.  Amenazados por un pueblo expansionista que en la novela son los Merduk pero que fácilmente podemos identificar como los Turcos del imperio Otomano. En el primer tomo de la saga suceden tres cosas que son precisamente las que tradicionalmente definen las últimas décadas del siglo XV y el fin de la edad media: la caída de la ciudad impenetrable de Aekir (caída de Bizancio), la expulsión de los extranjeros infieles de los reinos Ramusianos (Expulsión de los moriscos de Granada) y descubrimiento del continente occidental (descubrimiento de América). Se nos describe un escenario en el que la alta jerarquía eclesiástica está abusando de sus prerrogativas, alejándose del espíritu original de las escrituras en una deriva lenta pero segura desde la misma fundación de la institución. Un simple monje de una orden menor descubre indicios de esta divergencia entre las enseñanzas originales y las prácticas actuales y, podemos suponer, tarde o temprano hará algo al respecto. En otras palabras: la misma situación que denunció Martín Lutero en el siglo XVI y que llevó a la reforma protestante.
Me pregunto: ¿Es necesario llamar “Ramusio” a una figura que esencialmente es Cristo? Cambiar cuatro nombres y alterar algunos hechos... ¿Qué aporta exactamente? Recordemos otras sagas fantásticas donde no había mucho disimulo entre lo inventado y la base del mismo: “Añoranzas y pesares”, por ejemplo. Lo mismo: un setting que es básicamente Europa, que ha seguido el mismo rumbo que Europa tras la caída del Imperio Romano, que es un eco que moldea un ideal de lo que un Rey, y su Reino, deberían ser. Tad Williams incluso tiene el descaro (divertido, por otra parte) de inventar nombres tan ocurrentes para los meses del año como “octundre”, “avrel” o “ferruero”. Pero esto es la base: y Williams hace que su mundo, su historia, evolucione de forma original; y nos da personajes tan atractivos como Lady Máscara de plata, Ineluki, Cadrach, Pryrates o Simon.

No estoy seguro de que este sea el caso de Paul Kearney. “El viaje de Hawkwood” parte de este lugar común (caída de Aekir/Bizancio, avance Merduk/Otomano, división religiosa en ciernes, purgas étnicas) pero no estoy seguro de que nos lleve a nada nuevo. Y por eso me pregunto si es necesario este maquillaje fantástico que se queda tan a medias: si estos eran los temas que le interesaban al autor ¿no habría salido una historia mejor relatando sucesos históricos reales y salpimentándolos con fantasía? Colón podría perfectamente ser un Hawkwood llevándose a ultramar a un grupo de magos exiliados de todas partes de Europa.



A partir de aquí, la reseña contendrá spoilers; id con cuidado. Dejando de lado lo que podría haber sido, lo que es de momento no satisface. Los personajes son todos muy tópicos. Un rey joven con alguna que otra idea de progreso, dispuesto a ir contracorriente. Un soldado desertor torturado por el remordimiento y el pesar del amor perdido, su amada; quien, sin que él lo sepa, no murió sino que fue capturada por los Merduk. Un puñado de sacerdotes fanáticos sumamente planos. Hawkwood es un poco mejor, pero solo un poco: sus capítulos son los más interesantes.

La épica no me parece gran cosa. Y está malograda por los números hinchados, que le restan credibilidad. En un momento dado el enemigo Merduk asalta Aekir con centenares de miles de soldados; el plan consiste en abrumar las defensas a base de pura superioridad numérica, perdiendo a miles en el proceso. No importa, puesto que seguirán quedando decenas de miles que podrán seguir. Esta es la mentalidad del comandante Merduk al principio: pero en un momento dado cambia completamente de parecer y se niega a sacrificar a sus soldados en un asedio similar. No le veo lógica, salvo servir de justificación de la supervivencia de los defensores. En otras palabras, Kearney monta un escenario del que no hay salida: la fortaleza, tal y como ha planteado la ofensiva, no puede sobrevivir. Y no se le ocurre modo de salvarla, lo que es necesario para la trama general. Y a Kearney no le queda otra que sacarse de la manga esta contradicción en el modo de ser del general Merduk.
Y los números hinchados; se habla demasiado fácilmente de algo que, si nos fijamos, en la literatura de fantasía épica no es corriente detallar: el número de tropas de que se dispone. Aquí todo son números. Diez mil por aquí, cien mil por allá, cadáveres o soldados. Por no hablar de las hogueras del pogromo: ¿setecientas diarias? Esto es insostenible. Le da un aire artificial. Y la narración de estos asedios, de los combates... es bastante del montón.




¿Qué hay del viaje de Hawkwood que da título al tomo? Pues... poco a comentar. El viaje en sí, entendido como el trayecto, es correcto. Estalla la consabida tormenta que amenaza con destruir el barco; el capitán la capea como era de esperar. Es el mejor momento del viaje. No se profundiza demasiado en la posible tensión entre los marineros y los soldados; ni entre el capitán y el futuro gobernador. En un momento dado, cuando se hace evidente que el bajel transporta un pasajero extra que resulta ser un monstruo la situación no me parece bien llevada. Se resuelve rápido y sin esta escalada en la tensión que decíamos; aquí Paul Kearney podría aprender mucho de Dan Simmons y su “El terror”, donde se da una premisa similar infinitamente mejor llevada.
En cuanto a los viajeros en sí... me indigna: soy un fan de este arquetipo de la fantasía que es la figura del mago, del hechicero. Al leer en la sinopsis que el capitán Hawkwood viajará a un nuevo mundo con un “cargamento de magos exiliados a bordo” me emocioné. Los magos dan mucho juego. Sin embargo a Paul Kearney solo le importan dos: Bardolin y Griella. Bardolin es el primus inter pares, el más poderoso del grupillo; se convierte en algo así como su portavoz. Y Griella esconde un secreto que la hace interesante para la trama. El resto simplemente no existe: carnaza que tanto da que viva como que muera. No sabemos siquiera sus nombres, especialidades mágicas, nada acerca de su personalidad. Cuando pienso en lo que podría haber hecho Jack Vance con una premisa así...



Resumiendo. Tras haber leído esta primera entrega de la saga no me queda otro remedio que dejar de negarme a aceptar la evidencia: me aburre. Mucho. Y es una pena; la saga de “Las monarquías de dios” es un buque insignia de una potencial política editorial nueva. Fue editada en parte gracias a un sistema de subscripción. Me gustaría poder escribir una reseña que la pusiera por las nubes y dijera: “esta gran saga la podemos leer en castellano gracias a esta iniciativa pionera”. No es el caso. De ningún modo desmerece la idea, que espero se repita en otras tantas sagas abandonadas o que podrían abandonarse en un futuro; pero lamento que en este caso la obra salvada no sea gran cosa.
También es cierto que estamos hablando de una saga relativamente larga; quedan aún cuatro libros, que tengo intención de leer. Aún puede sorprenderme.


1 comentario:

  1. Hola :) Hace tiempo que sé de esta saga, pero siempre la tengo en un segundo plano en mi lista de sagas de fantasía pendientes. Si que me parece interesante, pero tiene algo que no termina de encajarme o de llamarme tanto la atención. Teniendo pendiente cosas como Mundodisco, Geralt de Rivia que solo llevo 1 releído o algunas como el Vatidico que me llama bastante, seguirá en segundo plano. Un abrazo^^

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